Parece ser (no afirmo, sigo con la opción sana de la duda) que determinados consejeros de la CAM se han beneficiado de blandísimos créditos de la entidad que aconsejaban. Créditos tan blandos (y vetados para el resto de mortales) como aquel verdoso producto con el que en los años de la transición política española los niños y las niñas de aquel entonces jugábamos, mientras nuestros padres nos miraban con cara de asco. De la pegajosa sustancia recuerdo el olor. Apestaba. De la misma manera que apesta el tema de la CAM.
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